Regresé al barrio con las manos vacías otra vez. Encontré a Muñeca en el callejón. Que estuviera allí a esas horas sorbiéndose los mocos y limpiando entre sus muslos con la manga sucia del vestido, sólo podía significar una cosa.
—No volveré a hacerlo más —me dijo, pero yo sabía que lo haría. Aquí, si quieres sobrevivir o robas o te vendes, y Muñeca nunca fue muy hábil con las manos.
Esa noche cenamos.
Perfecto.
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